lunes, 22 de diciembre de 2014

TEMA 4.1: EL LAZARILLO DE TORMES Y DON QUIJOTE DE LA MANCHA


EL LAZARILLO DE TORMES


A mediados del siglo XVI (en torno a 1552 o 1553) se publicó La vida de Lazarillo de Tormes, una obra radicalmente distinta a los libros de ficción que el lector podía encontrar en aquel entonces.
La obra se presenta como una carta de Lázaro de Tormes a un misterioso destinatario, a quien cuenta en primera persona los episodios más importantes de una vida miserable y vergonzosa, desde su nacimiento hasta el momento en que escribe.
La historia de Lázaro es un recorrido por las capas más bajas de la sociedad española de la época. Su padre fue encarcelado por ladrón y su madre era una mujer de reputación dudosa. Cuando llega a la adolescencia, el joven Lázaro empieza a servir a distintos amos: un ciego cruel, un cura avaro, un escudero más pobre que él mismo, y otra serie de personajes de los que aprende (casi siempre con sufrimiento) las principales lecciones sobre la vida. Al final de la narración, Lázaro vive en Toledo y cuenta con la protección de un clérigo que le ha dado un oficio (como pregonero) y le ha casado con una criada suya. Aunque las malas lenguas dicen que su mujer es amante del clérigo, Lázaro hace oídos sordos a esas murmuraciones y afirma cínicamente su convencimiento de que lleva la mejor de las vidas posibles, pues se halla “en la cumbre de toda buena fortuna”.

Una nueva senda para la ficción

El aspecto más revolucionario de esta obra es que no se ofrece como una ficción, sino como una narración autobiográfica. El autor pretendió que la gente creyera estar leyendo la historia verdadera de un tal Lázaro de Tormes, como si de un ser de carne y hueso se tratara. Por esa razón no conocemos el autor del libro, porque, si indicaba su nombre, rompía la ilusión de estar ante una autobiografía verídica. Sólo al acabar la lectura el público se daba cuenta de que Lázaro de Tormes era invención literaria: nadie se habría atrevido a confesar su ínfima categoría en unos tiempos en los que la honra se consideraba lo principal.
Mediante este procedimiento, la obra crea en sus lectores una ilusión de realidad que es nueva en la narrativa europea. Su desconocido autor hizo ingresar en la ficción narrativa la vida cotidiana y unos personajes que los lectores tenían a la vista. Al poner en relación la experiencia cotidiana más humilde y la literatura, el Lazarillo se convirtió en el primer antecedente de la novela realista.
La lección realista del Lazarillo tuvo su continuación en el siglo XVII con la novela picaresca. El término procede de la palabra pícaro, con la que se designaba a un personaje de las capas más bajas de la sociedad, medio vagabundo, sin oficio ni beneficio, que vivía de la mentira y el engaño.
La figura del pícaro traspasó pronto las fronteras de la literatura española. Ya en el siglo XVII, el alemán Hans von Grimmelshausen escribió un ácido alegato contra la guerra de los Treinta Años a través de la visión de un pícaro: el aventurero Simplex Simplicissimus.

Un argumento atractivo y un gran protagonista

La primera y más evidente virtud del Lazarillo de Tormes, la que no pasa desapercibida a ningún lector, es que resulta una obra muy divertida. La acción de la novela se apodera muy pronto de nosotros, pues nos presenta unos hechos curiosos y entretenidos. Disfrutamos con las aventuras de Lázaro y los muchos momentos en que saca a relucir su astucia.
Gran mérito del autor es el retrato de su protagonista, un personaje complejo, de gran intensidad y hondura, capaz tanto de los mayores odios como de los afectos más sinceros. Cuando estrella al ciego contra un poste y huye, Lázaro se despreocupa por completo de la suerte que este pueda haber corrido, pues no siente ni simpatía ni piedad por él. En cambio, sabrá compadecerse del hambre del escudero, y compartirá con él la poca comida que ha logrado reunir mendigando. La complejidad del personaje resulta fundamental a lo largo de la obra, pues nos permite entender su postura ante la vida y ante las circunstancias que lo rodean.

Técnica y composición

Esta novela destaca también por la gran variedad de técnicas narrativas empleadas y por el dominio de cada una de ellas que demuestra el autor. Al contar su vida, Lázaro no repite nunca con un amo el enfoque narrativo que ya ha aplicado a otro.
Los meses al servicio del ciego se refieren a partir de una serie de episodios con entidad propia: el golpe contra el toro de piedra, las tretas para apoderarse del vino, el lance de las uvas y algunos más. Cada una de esas estampas independientes es parte de un proceso de aprendizaje que lleva a Lázaro desde la inocencia infantil a la habilidad y astucia que caracterizan el resto de su vida y le garantizan la supervivencia.
Frente al carácter episódico de las aventuras con el ciego, el tiempo que pasa con el clérigo se centra en una acción única: cómo acceder a la comida que se halla en el arca, cerrada bajo llave. El mérito de la narración está en la habilidad del autor para graduar a la perfección los acontecimientos, hasta llegar al violento desenlace.
El escudero resulta al principio un personaje enigmático, que confunde a Lázaro, pues este cree hallarse en manos de un amo bien dotado económicamente, cuando la verdad es que se trata del más pobre de cuantos ha tenido. La relación entre ambos es paradójica: el mozo no recibe nada de su amo, sino que tiene que ser él quien se lo dé, y el final de su relación no llega porque Lázaro huya de su lado, sino que es el escudero quien acaba desapareciendo. A pesar de ello, el muchacho guardará siempre un recuerdo afectuoso de ese personaje, dominado por la necesidad de fingir una prosperidad que no conoce.


El caso

En la conclusión de la novela, Lázaro, tras una vida difícil, afirma encontrarse en la cumbre de toda buena fortuna: ha conseguido un oficio estable como pregonero y el arcipreste de San Salvador lo ha casado con una criada suya. Pero los rumores nunca callan.
Lázaro ha oído las explicaciones de su mujer y del sacerdote y ha quedado enteramente satisfecho. Sin embargo, en pasajes como este y en otros que le siguen, aunque se nieguen las afirmaciones de los murmuradores, el lector comprende que esas malas lenguas están diciendo la verdad.

En el origen de la novela

Los aspectos que hemos señalado (el interés de la trama, la caracterización del personaje, la habilidad en las técnicas narrativas empleadas) son fundamentales en cualquier novela realista. Pero no hay que olvidar que en el caso del Lazarillo resultan aún más relevantes porque este libro es el origen de esa forma de contar.
Hacia 1550 no existía ningún tipo de ficción en prosa que narrara historias parecidas a las de la vida cotidiana de los lectores. Lo que se podía esperar de la ficción eran fantasías alejadas de la experiencia real, caracterizadas por la maravilla, el sentimentalismo y el exotismo, como sucedía con las aventuras de los caballeros andantes.
La excepcional originalidad del autor estriba en haber concebido un relato que, a diferencia de todos los otros que entonces circulaban, debía poder leerse como ficticio y a la vez responder al orden de cosas de la vida diaria.

Pues sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre; y fue de esta manera: mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años; y, estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí. De manera que con verdad me puedo decir nacido en el río.
Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo cual fue preso, y confesó y no negó, y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que está en la gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre (que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho), con cargo de acemilero de un caballero que allá fue. Y con su señor, como leal criado, feneció su vida.
Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno de ellos, y vínose a vivir a la ciudad y alquiló una casilla y metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas.
Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se venía a nuestra casa y se iba a la mañana. Otras veces, de día llegaba a la puerta en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo, al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas, de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne y en el invierno leños a que nos calentábamos.



DON QUIJOTE DE LA MANCHA

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605) cosechó de inmediato un éxito extraordinario, no sólo en España, sino en toda Europa, donde muy pronto fue traducido al inglés, francés e italiano.
Las ficciones narrativas de la época ofrecían a Cervantes dos caminos fundamentales: por un lado, el de los libros de caballería, llenos de fantasías y disparates; por el otro, el modelo realista que estaba implantando la picaresca. Cervantes supo convertir la oposición entre ambas perspectivas en el eje de su propia creación: presentó, desde un enfoque realista, las aventuras de un personaje que creía vivir en el mundo caballeresco.



Una parodia de los libros de caballerías

El protagonista de la obra, Alonso Quijano, es un hidalgo de aldea en el umbral de la vejez, que dedica el mundo tiempo que le sobra a la lectura de novelas de caballerías.
Su afición lo lleva a creer que el mundo caballeresco es real, y decide convertirse en caballero andante para reparar injusticias y ayudar a las doncellas desvalidas. Este propósito descabellado señala el tono de parodia de la obra, que imita burlescamente los recursos habituales de los libros de caballerías: el amor por una doncella de belleza inigualable, los combates contra enemigos terribles y feroces, los hechizos de magos envidiosos o el lenguaje altisonante de los caballeros andantes.

Don Quijote y Sancho

Sin embargo, junto a sus locuras, don Quijote da siempre señales de cordura, y cuando la conversación o las circunstancias no tienen que ver con asuntos de caballería, el protagonista muestra una sensatez y una humanidad poco comunes, hasta el punto de ser calificado en la misma novela como un “entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos”. El vaivén entre locura y cordura matiza la imagen del protagonista y evita que la novela se quede en la pura y simple burla.
En sus aventuras, don Quijote está secundado por Sancho Panza, un aldeano analfabeto que, a pesar de su falta de instrucción, está dotado de una notable sabiduría popular, que vierte sobre todo en los numerosos refranes que intercala en su conversación. Al igual que sucede con don Quijote, la figura de Sancho es compleja y llena de matices, pues reúne simpleza y sagacidad.
La presencia de esta pareja hace que la novela se mueva constantemente entre dos mundos: el real de Sancho y el imaginario de Don Quijote. Los comentarios entre inocentes y maliciosos de Sancho son el contrapunto a las locuras de Don Quijote, y ambos forman una pareja cuya relación es imprescindible para la andadura del relato. La relación evolucionará a lo largo de la novela en un juego de influencias mutuas especialmente manifiesto en la segunda parte, en la que don Quijote irá cobrando mayores rasgos de sensatez y Sancho llegará a asumir más profundamente la especial percepción de la realidad propia de su amo.

La importancia de la conversación

Con la introducción de Sancho (que aparece en el capítulo VII de la novela, después de una primera salida en solitario de don Quijote), el diálogo se convierte en un elemento de gran importancia, diálogo al que se suman muchos personajes, cada uno con su carácter e ideas independientes. Esta variada galería humana permite al lector asistir al contraste dialéctico entre puntos de vista diferentes. Uno de los méritos del Quijote consiste justamente en esa multiplicidad de voces, que abre las puertas a un mundo complejo de personajes que aportan a la narración sus propias vivencias e historias, a veces tan importantes que dejan en segundo plano las de los dos protagonistas.
El lenguaje empleado es otro de los aciertos de Cervantes, quien supo recrear los niveles coloquiales de su tiempo, llenos de tonalidades y registros, repletos de alusiones y juegos de palabras irónicas, sin caer en la jerga de la picaresca. A cada personaje (sea amo o escudero, noble o aldeano, clérigo o seglar, posadero o gentilhombre) le corresponde un nivel lingüístico verosímil, lo que supone una variedad no conocida en la ficción realista de la época.

La segunda parte

La primera parte de la novela termina con el regreso del hidalgo y su escudero a la aldea, sin que los propósitos descabellados de don Quijote hayan variado: muy al contrario, el narrador anuncia una continuación de las aventuras. Diez años después, en 1615, Cervantes publicó la segunda parte. Poco tiempo antes, en 1614, se había publicado una continuación de la obra, realizada por un tal Alonso Fernández de Avellaneda, nombre falso detrás del que se esconde un enemigo de Cervantes. La identidad de ese imitador sigue siendo hoy en día un misterio sin segura resolución.
La segunda parte de la obra está más cuidadosamente construida que la primera, en la que el autor intercalaba numerosos episodios secundarios; tales digresiones desaparecen en el Quijote de 1615, lo que confiere a la continuación una estructura más unitaria y mejor trabada. Al escribir la primera parte, Cervantes carecía de modelos literarios a los que asociar el nuevo género que estaba creando; en 1615, en cambio, ese modelo ya existía (su propia primera parte), lo que le permitió proceder de manera distinta, perfeccionando así el arte de la novela.

Sentido y alcance de la obra

La locura de don Quijote consiste en tomar al pie de la letra las increíbles aventuras que se narran en libros como el Amadis de Gaula. El desvarío del hidalgo radica en confundir la historia con la ficción, la realidad con la imaginación. Cervantes muestra el abismo que separa ambos mundos: las formas de la vida literaria que don Quijote quiere llevar a la práctica son tan exageradamente fabulosas que su imitación está condenada necesariamente al fracaso.
Este acentuado contraste entre lo que el protagonista cree y lo que realmente sucede a su alrededor provoca un poderoso efecto cómico. Es importante subrayar que el Quijote fue leído en su tiempo sobre todo como un libro divertido, sin otras preocupaciones filosóficas que las de criticar un género literario mediante una historia variada y entretenida. Sólo más tarde, a partir del Romanticismo, se empezó a interpretar la novela también como libro serio (interpretación que perdura hoy en día) y a ver en el protagonista la lucha simbólica entre el ideal y la realidad, entre la nobleza de aspiraciones y la cruda experiencia contra la que se estrella un héroe con el que todos nos sentimos un poco identificados.


El hidalgo de aldea

Todo lector del Quijote recuerda el principio de la novela, y sabe que en él se describe al protagonista y se cuenta el proceso que lo lleva a la locura. Pocas veces se ha señalado, sin embargo, que en ese retrato inicial Cervantes no presenta sólo a un personaje individual, sino que lo caracteriza como miembro de un determinado estamento social.
Alonso Quijano es un hidalgo de pueblo, es decir, un miembro del estamento más bajo de la nobleza. Al igual que los demás nobles, los hidalgos disfrutaban de los privilegios reservados a los de su clase (sobre todo, la exención de impuestos), pero llevaban una existencia muy modesta que en ocasiones podía llegar a rozar la miseria. El hidalgo Quijano lleva una vida sin lujos pero sin apuros económicos, fundamentalmente ociosa, con la caza como principal pasatiempo.
Todos los nobles y no sólo los hidalgos, sentían la nostalgia de las hazañas guerreras de finales de la Edad Media, el tiempo glorioso de sus antepasados. En los siglos XVI y XVII era habitual que las ciudades y villas importantes celebraran fiestas que recreaban el mundo ideal de la caballería, para que los nobles pudiesen evocar el esplendor del pasado, al que se sentían emocionalmente ligados.
Pero en una aldea como la de don Quijote no existía la posibilidad de ese entretenimiento. El único imaginativo era la lectura de los libros de caballerías. Los relatos caballerescos le ofrecían la visión idealizada hasta la exageración de un mundo en el que un pequeño noble podía realizar las mayores hazañas y alcanzar la mayor gloria, según valores y virtudes de indudable atractivo: la justicia, el heroísmo, el amor y la belleza. El deseo nobiliario de una vida fulgurante explica el interés de don Quijote por esos libros: de ahí pasa a querer escribirlos y finalmente a pretender vivirlos.

Una obra cómica y satírica

En la época en que vio la luz, el Quijote no gozó de la veneración que le reconocemos en el presente. Fue una obra inmensamente popular, pero su éxito no se debió a las mismas virtudes que hoy alabamos en ella. El primer público de la novela disfrutó con los pasajes que le hacían reír, aquellos en que salían a relucir los rasgos estrafalarios y más puramente cómicos de los personajes. Pero junto a esa dimensión risible de la obra se destaca desde el principio su carácter de invectiva contra los libros de caballerías. Esa doble visión, como obra cómica y como obra satírica, fue la que prevaleció entre los contemporáneos de Cervantes y aun durante todo el siglo XVII.

El “sentido profundo” de la obra

De forma progresiva, ciertos valores positivos que se reconocían en la locura del hidalgo fueron ganando terreno, y llegaron a ser dominantes a finales del siglo XVIII. La novela de Cervantes era una sátira y una parodia de los libros de caballerías, pero también pretendía ir más allá, dirigirse a cuestiones morales de orden general. Se iba intuyendo que el Quijote tenía un sentido profundo, además del que se dejaba apreciar en una primera lectura.
Así fue como lo vio el Romanticismo europeo (en especial el alemán y el inglés), con lo cual Europa devolvió a España una nueva dimensión de su clásico. Para los románticos, el Quijote presenta la lucha entre el ideal y la realidad. El caballero loco encarna el espíritu idealista, que se enfrenta a la mezquina realidad para desafiarla con su propia visión de las cosas, imaginativa y fantástica.
Así, don Quijote, personaje ya no ridículo, sino heroico, sublime, lucha sin descanso contra una realidad que desmiente de forma sistemática sus esperanzas. De esta forma se concretaba la interpretación simbólica de la novela.

Las dos interpretaciones del Quijote

Existen, pues, dos grandes interpretaciones del Quijote (la “jocosa” y la “seria”) y ambas están perfiladas a mediados del siglo XIX. Pocos libros de tanta envergadura han basado su éxito a lo largo del tiempo en dos interpretaciones tan contradictorias, tan difícilmente conciliables.
¿Cuál es la interpretación verdadera? Tenemos que asumir que ambas lo son, y que las dos se remontan a Cervantes.
En un libro tan vivo como el Quijote, la caracterización y la comprensión del personaje principal va transformándose a lo largo de la obra, admiten distintas facetas. Cervantes, sin desnaturalizar a su personaje, lo va dotando de una hondura y una complejidad superiores a las que poseía en un inicio. La risa que provocaban sus locuras deja paso al malestar que produce ver a don Quijote ridiculizado.
El mismo personaje no sólo padece por los golpes: las dudas lo invaden, el desaliento se apodera de él, la desilusión se va imponiendo. Cervantes logra que el don Quijote de la interpretación “jocosa” marche paso a paso hacia el don Quijote de la interpretación “seria”, sin robarle a su criatura un ápice de la vieja identidad. El equilibrio entre ambas opciones explica que el Quijote sea hoy el mayor clásico de las letras españolas.

Capítulo primero
Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo don Quijote de la Mancha
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso —que eran los más del año—, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y, así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y, de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». Y también cuando leía: «Los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza...»

domingo, 23 de noviembre de 2014

TEMA 3: GRAMÁTICA Y ORTOGRAFÍA


GRAMÁTICA

La formación y adquisición de palabras

Las lenguas poseen mecanismos para poder incrementar el número de palabras. Las lenguas permiten la generación de nuevos vocablos a partir de procesos de formación como la derivación o la composición. Puede también integrar palabras procedentes de otras lenguas.

La derivación

Es el proceso de formación de palabras que se basa en la creación de una nueva palabra por medio de la adición de un afijo a una raíz o lexema. La suma de este elemento aporta un nuevo significado y en muchas ocasiones implica cambios en la categoría gramatical (esto es, puede pasar de nombre a adjetivo, de adjetivo a adverbio…). Los mecanismos de formación de palabras por derivación son: la prefijación y la sufijación.

La prefijación

Es el mecanismo de formación de palabras añadiendo un prefijo a otra palabra que ya existe. Los prefijos no cambian la categoría de la palabra.

Según el significado que añaden a la palabra, los prefijos se clasifican en:

  • Cuantitativos: multi-, pluri-, poli-, bi- etc.: multinacional, plurilingüe…
  • Intensivos: super-, hiper-, sobre-, mini-, micro-…: superpotencia, supermercado, minicadena…
  • Temporales: pre-, pos(t)-, etc.: predoctoral, posmoderno
  • Espaciales: ante-, intra-, etc.: antebrazo, intravenoso…
  • Oposición o contrariedad: anti-, contra-, etc.: anticonstitucional, contrarreloj.
  • Negativos: i-, in-, des-, a- etc.: ilegal, inverosímil, desempleo…



La sufijación

Es el proceso de formación de palabras nuevas añadiendo un sufijo a una raíz o palabra ya existente. El sufijo, en muchos casos, cambia la categoría gramatical de la palabra y añade un valor semántico (de significado) distinto a esa raíz.

Existen diferentes tipos de sufijos que forman sustantivos:

  • De acción o resultado: -sión, -mento, -miento, -ción, -ura: dimisión, juramento, razonamiento, adquisición, escritura.
  • De agente, individuo que lleva a cabo una acción: -dor, -tor: animador, escritor.
  • De cualidad o estado: -dad, -ía, -ez/a, -ura, -umbre: bondad, simpatía, sensatez, agudeza, cordura, muchedumbre.
  • De lugar o establecimiento: -ería: peluquería.
  • De ocupación o profesión: -ero/a, -nte, -ista: panadero, gobernante, maquinista.
  • Otros sufijos sirven para formar adjetivos:
  • De cualidad y estado: -ado/a, -al, -az, -il, -ivo: agotado, eventual perspicaz, viril, caritativo.
  • De posibilidad o inclinación: -ble, -undo: previsible, meditabundo.
  • De estilo peculiar: -ano, -ino, -esco: kafkiano, cervantino, pintoresco.
  • De nacionalidad u origen: -aco, -ano, -ense, -es, -otra: polaco, africano, rioplatense, barcelonés, chipriota.
  • Existen además otros sufijos que no varían la categoría gramatical de los nombres y adjetivos pero le añaden matices distintos:
  • Diminutivos: -ito, -ico, -illo, -ejo: gatito, redondico, chiquitillo, animalejo.
  • Aumentativos: -azo, -ón, -ote: manaza, hombretón, grandote.
  • Despectivos y peyorativos: -aco, -astro, -uzo: pajarraco, poetastro, gentuza.
  • Superlativos: -ísimo, -érrimo: altísimo, paupérrimo.
  • También existen otros sufijos que forman adverbios, como –mente (rápidamente) y verbos, como –ecer, -ear, -izar, -ficar (amanecer, congestionar, realizar, edificar).



La composición

Es el proceso de formación de palabras que consiste en la creación de una palabra nueva a partir de la unión de lexemas ya existentes: sacacorchos, videojuego, enhorabuena…

El significado de la palabra compuesta es siempre nuevo y no tiene por qué corresponderse con la suma de las palabras simples que la integran: hierbabuena no significa que la hierba sea buena, designa una variedad de planta.

Las combinaciones de lexemas más usuales pueden formar sustantivos: telaraña, aguardiente…, adjetivos: agridulce, grecorromano…y verbos: maldecir, menospreciar…

Al formarse una palabra compuesta, los diferentes componentes pueden sufrir algún tipo de variación. Los casos en los que los lexemas varían son:

  • Si las palabras que se unen terminan con la misma vocal, A, E, O, se elimina una de ellas. En caso de que entre vocales haya una H, esa también se elimina: claroscuro, matambre.
  • Si la vocal final de la primera palabra del compuesto es átona, A, E, O, esta se sustituye por el infijo I: altibajo, rojinegro.
  • Si el compuesto termina y empieza por consonante, se añade una I para unir ambos términos: coliflor, calicanto.


Los compuestos sintagmáticos o pluriverbales son la unión de palabras que se escriben de forma separada (coche cama, arroz con leche) y mantienen su acento. En ocasiones, estos se pueden separar con un guión como en teórico-práctico, franco-español…

El plural de las palabras compuestas se forma añadiendo S o ES a la palabra resultante. Sin embargo, en el caso de los compuestos sintagmáticos, el plural puede crearse de diferentes maneras:

  • Si el compuesto contiene una preposición, el plural afecta únicamente al elemento inicial: ojo de buey>ojos de buey.
  • Si el compuesto está formado por sustantivo+adjetivo, el plural se suma al sustantivo y al adjetivo: llave inglesa>llaves inglesas.
  • Si el compuesto está formado por sustantivo+sustantivo, el plural afecta solo al primer elemento: sueldo base>sueldos base.


Los préstamos

El préstamo léxico o extranjerismo se refiere a la integración de una palabra o expresión de un idioma A en un idioma B. Los motivos para adoptar una palabra de una lengua distinta son muy variados, pero por lo general suele ser por la falta de un término equivalente en la lengua que toma el término o bien porque la lengua originaria del término tiene cierta consideración social, cultural…

Los préstamos pueden integrarse sin que se produzca alteración alguna (software, hardware, pizza) o bien adaptando el término en mayor o menor medida a la lengua receptora (fútbol <football, ratón < mouse, chalé < chalet).

El castellano ha adaptado extranjerismos de diferentes lenguas: inglés (córner, esmoquin), del francés (chef, carné), del italiano (carnaval, espagueti), del árabe (jazmín, almohada) etc. Entre los préstamos de otras lenguas, cabe destacar los cultismos: palabras de origen grecolatino que se usan principalmente en la lengua culta, literaria y científica (verbi gratia, confer…).

No todos los extranjerismos son vistos del mismo modo. Mientras en la actualidad el uso de determinados anglicismos se entiende como una voluntad del emisor del mensaje por generar una imagen moderna y actual, el uso de cultismos aporta al texto un carácter más formal.


ORTOGRAFÍA

 La puntuación, las mayúsculas y la escritura de abreviaturas y siglas

La puntuación

La puntación de los textos escritos, con la que se pretende reproducir la entonación de la lengua oral, se encarga de organizar el discurso y sus diferentes elementos. Los signos de puntuación más usuales son: la coma (,), el punto (.) y los dos puntos (:).

La coma indica una pausa breve que se produce dentro del enunciado. Se utiliza en los siguientes casos:

  • Para separar los miembros de una enumeración, salvo los que vengan precedidos por alguna conjunción (y/e, u/o): Es una película trepidante, rápida e interesante.
  • Para aislar el vocativo del resto de la oración: Hola María, ¿qué tal estás?
  • Para incluir incisos que interrumpen una oración, ya sea para aclarar o ampliar lo dicho: Entonces Pedro, el marido de Pili, dijo que él llevaría a los niños al partido.
  • Para invertir el orden regular de las partes de un enunciado, anteponiendo elementos que suelen ir pospuestos: A la fiesta, no vendrán ni Juan ni María.
  • Para unir proposiciones encabezadas por conjunciones coordinadas adversativos y conjunciones consecutivas y causales: Puedes llevar el coche, pero tráelo sano y salvo.
  • Después de algunos conectores y marcadores discursivos: Por consiguiente, no iremos a la quiebra.
  • Para omitir un verbo que se ha mencionado con anterioridad o porque se sobreentiende: Los niños, por aquella puerta.
  • En las cabeceras de las cartas, se escribe entre el lugar y la fecha: Barcelona, 25 de marzo de 1985.
  • Para separar los términos invertidos del nombre completo de una persona o de un sintagma que integra una lista: Chomsky, Noam: Estructuras gramaticales.
  • La coma NO se puede usar para separar sujetos y predicados.


El punto señala la pausa que se efectúa al final de un enunciado. Hay tres tipos de punto:

  • El punto y seguido: separa enunciados que integran un párrafo. Después de usarlo se continúa escribiendo en la misma línea. Si coincide con el final del renglón, se sigue en la línea siguiente sin dejar espacio o margen: Pedro vendrá mañana. Habrá que comprar leche sin lactosa, ya sabes que es alérgico.
  • El punto y aparte: separa dos párrafos distintos que suelen desarrollar, dentro de la unidad del texto, contenidos diferentes. Después de usarlo se escribe en una línea distinta. La primera línea del nuevo párrafo debe tener un margen mayor que el resto de las líneas o bien dejar un interlineado mayor con respecto a la última línea del párrafo precedente. Pedro vendrá mañana. Habrá que comprar leche sin lactosa, ya sabes que es alérgico.

            María no llegará el próximo martes. Quería comprar los billetes con más antelación, pero al final no     pudo ser.
  • Punto y final: cierra cualquier texto.
  • El punto NO se puede usar en los títulos y subtítulos de libros, artículos, capítulos, obras de arte etc…


Los dos puntos detienen el discurso para llamar la atención sobre lo que sigue. Se utilizan en los siguientes casos:

  • Después de anunciar una enumeración: Vendrán tres niños: Juan, Pedro y Luis.
  • Antes de citar textualmente las palabras de alguien: Pedro me dijo: “Mañana se decide todo”.
  • Tras las fórmulas de saludo en las cartas y documentos. Es uno de los pocos casos en que después de poner los dos puntos sigue una mayúscula: A quien corresponda:
  • Para conectar oraciones o proposiciones relacionadas entre sí sin necesidad de utilizar otro nexo: Y llegué a una conclusión: mi vida la dirijo yo.
  • Para separar una ejemplificación: Hay animales muy peculiares: el ornitorrinco, sin ir más lejos.
  • En textos jurídicos administrativos se colocan dos puntos después del verbo que presenta el objetivo del documento: Certifico: Que D. Juan…


Las mayúsculas

Se escribe con mayúscula inicial:

  • La primera palabra de un escrito y la que va después de punto: Buenos días, amigo.
  • La palabra que sigue a los puntos suspensivos: Llegó tarde…Parecía otra persona.
  • La palabra que va después de los dos puntos (:) en el encabezamiento de una carta o documento, o reproduzca palabras textuales de alguien: Querido amigo: Espero estés bien…
  • Nombres propios y apellidos (Juan Pérez), geográficos (Andalucía), de constelaciones, estrellas, planetas y astros (Júpiter, Marte), signos del zodiaco (Aries), puntos cardinales (Norte), de festividades religiosas o civiles (Navidad), de marcas comerciales (Seat).
  • Sustantivos o adjetivos que componen el nombre de instituciones, entidades, organismos, partidos políticos etc.: Biblioteca Nacional, Tribunal Supremo…
  • La primera palabra del título de cualquier obra: La Regenta, Mujeres al borde de un ataque de nervios…
  • Las épocas, acontecimientos históricos, movimientos religiosos, políticos o culturales: Comunismo, Guerra Mundial…


La escritura de abreviaturas y siglas

La necesidad de escribir con más rapidez hace que en ocasiones acortemos ciertas palabras, representándolas con solo una o algunas de sus letras, a partir de las que se puede deducir la palabra completa.

Consideraciones generales de la escritura de abreviaturas y siglas:

  • La abreviatura se escribe con mayúscula o minúscula inicial, según la escritura de la palabra completa: a. de C. (antes de Cristo).
  • Se escribe punto detrás de las abreviaturas: apdo. (apartado).
  • La abreviatura lleva tilde si la palabra completa también lo lleva: pág. (página).
  • El femenino de una abreviatura se forma añadiendo una A: Dra. o Drª
  • El plural de una abreviatura que contiene solo una letra se forma duplicando esa misma letra: ss. (siguientes)
  • Las letras que forman siglas se escriben con mayúsculas y sin puntos, sobre todo si forman acrónimos, es decir, se pueden pronunciar como una palabra: OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte).
  • El plural de las siglas se infiere por el uso de las palabras que la acompañan, como determinantes, cuantificadores etc…: las ONG (las organizaciones no gubernamentales). 

domingo, 16 de noviembre de 2014

TEMA 3: EL TEXTO LITERARIO


  • Forman parte de la humanidad desde sus orígenes
  • Su función es transmitir belleza a través de la palabra. También tiene una función social y cultural porque es testimonio de una época. Refleja los ideales culturales, económicos y políticos del autor y su época.
  • Sirven también para entretener.
  • Hay textos literarios orales y escritos. Los orales están ligados a la cultura popular.
  • El texto literario puede ser poético o estar escrito en prosa. Su estética depende de cada autor.
  • En el verso (poesía) destacan la rima, el ritmo, los acentos, el número de sílabas…
  • La prosa se acerca más al habla habitual, aunque cada autor la dota de sus características personales.
  • El autor ofrece al lector una visión original y personal del mundo, usando un lenguaje más o menos evocador.
  • Las obras literarias se clasifican en: lírica, narrativa y dramática.


El texto lírico

  • El autor se hace protagonista de la obra y expresa lo que siente en relación a una situación, persona, lugar u objeto.
  • La forma más usual es el poema. Tienen estrofas y versos. Las estrofas varían según el número de versos y el tipo de rima (consonante o asonante).
  • Son habituales las figuras literarias o retóricas: metáfora, hipérbole…


Ejemplo:

A una nariz de Francisco de Quevedo

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.


Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.


Érase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce Tribus de narices era.

Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.


El texto narrativo

  • El autor crea una voz que cuenta una historia: el narrador.
  • Lo más común es el cuento, la novela, la leyenda, la fábula y el mito.
  • Estructura: introducción, nudo y desenlace. En la primera se introducen los personajes y el contexto. En el nudo se explican el desarrollo de los acontecimientos y en el desenlace, la solución a lo narrado.
  • Suele incluir descripciones y diálogos:
  • Descripción: presenta de forma detallada personas, objetos, lugares, etc… reales o ficticios. Son subjetivas (que expresan opinión) u objetivas (que no la expresan) dependiendo de la finalidad del texto y de la voluntad del autor.
  • Diálogo: recrea una conversación entre varios personajes. Ofrece información sobre ellos y la trama. Se introduce con un guión: -


Ejemplo:

La Biblioteca de Babel (cuento de Jorge Luis Borges

El universo (que otros llaman la Biblioteca) se componte de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.

Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.

A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.

El primero: La Biblioteca existe ab alterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.

El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice «Oh tiempo tus pirámides». Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo falaz.)

Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables MCV no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.

Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.

Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.

También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.

A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.

Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los «tesoros» que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.

También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.

Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de «la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira». Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula «Trueno peinado», y otro «El calambre de yeso» y otro «Axaxaxas mlo». Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres dhcmrlchtdj que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos, y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).

La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.

Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.


FIN



El texto dramático

  • El autor cuenta la historia a través del diálogo y la acción de los personajes. Son las obras de teatro, las películas…
  • Está pensado para ser representado de forma oral.
  • No hay voz narrativa ni descripciones extensas.
  • Se usan acotaciones para contextualizar el diálogo, en cursiva y entre paréntesis en la versión escrita.
  • Los textos dramáticos principales son: tragedia, comedia, drama, ópera y zarzuela.
  • Se dividen en escenas, actos y acotaciones.
  • Escena: centro de la acción dramática.
  • Acto: conjunto de escenas.
  • Reproduce un acto comunicativo real.


Ejemplo: La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca (fragmento)

Bernarda: (A la Criada)¡Silencio!
Criada: (Llorando) ¡Bernarda!
Bernarda: Menos gritos y más obras. Debías haber procurado que todo esto estuviera más limpio para recibir al duelo. Vete. No es éste tu lugar. (La Criada se va sollozando) Los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran hechos de otras sustancias.
Mujer 1: Los pobres sienten también sus penas.
Bernarda: Pero las olvidan delante de un plato de garbanzos.
Muchacha 1:(Con timidez) Comer es necesario para vivir.
Bernarda: A tu edad no se habla delante de las personas mayores.
Mujer 1: Niña, cállate.
Bernarda: No he dejado que nadie me dé lecciones. Sentarse. (Se sientan. Pausa) (Fuerte) Magdalena, no llores. Si quieres llorar te metes debajo de la cama. ¿Me has oído?
Mujer 2:(A Bernarda) ¿Habéis empezado los trabajos en la era?
Bernarda: Ayer.
Mujer 3: Cae el sol como plomo.
Mujer 1: Hace años no he conocido calor igual.
(Pausa. Se abanican todas)
Bernarda: ¿Está hecha la limonada?
La Poncia: (Sale con una gran bandeja llena de jarritas blancas, que distribuye.)Sí, Bernarda.
Bernarda: Dale a los hombres.
La Poncia: Ya están tomando en el patio.
Bernarda: Que salgan por donde han entrado. No quiero que pasen por aquí.
Muchacha:(A Angustias) Pepe el Romano estaba con los hombres del duelo.
Angustias: Allí estaba.
Bernarda: Estaba su madre. Ella ha visto a su madre. A Pepe no lo ha visto ni ella ni yo.
Muchacha: Me pareció...
Bernarda: Quien sí estaba era el viudo de Darajalí. Muy cerca de tu tía. A ése lo vimos todas.
Mujer 2: (Aparte y en baja voz) ¡Mala, más que mala!
Mujer 3: (Aparte y en baja voz) ¡Lengua de cuchillo!
Bernarda: Las mujeres en la iglesia no deben mirar más hombre que al oficiante, y a ése porque tiene faldas. Volver la cabeza es buscar el calor de la pana.
Mujer 1: (En voz baja) ¡Vieja lagarta recocida!
La Poncia: (Entre dientes) ¡Sarmentosa por calentura de varón!
Bernarda: (Dando un golpe de bastón en el suelo) ¡Alabado sea Dios!
Todas: (Santiguándose) Sea por siempre bendito y alabado.