domingo, 22 de febrero de 2015

TEMA 5.2. EL BARROCO


Contexto histórico

A finales del siglo XVI ya se observaban en el imperio español síntomas de una crisis que se consumó durante el siglo XVII. Esta es una época de crisis en Europa debida a los cambios políticos, la recesión de la economía y las tensiones sociales. A la crisis política hay que sumar también las pérdidas militares de la guerra de los 30 años y las sublevaciones en Cataluña y Portugal. Todo ello, unido a la decadencia social y económica del imperio, explica los rasgos la cultura barroca. El empeoramiento de la economía creó grandes desigualdades sociales y originó un profundo malestar que trajo aparejada una visión pesimista de la vida. La sociedad barroca se debatía entre dos extremos: por un lado el lujo y los sueños de grandeza; por otro lado, la pobreza, las derrotas militares y la corrupción política. Este contraste entre lo que se desea ser y lo que se es, que constituye uno de los rasgos más característicos de la época, se resume en un obsesivo afán por aparentar, en el gusto por el espectáculo y en una actitud de desengaño ante la vida y el mundo.

La literatura barroca

En el terreno cultural y artístico, en el siglo XVII se desarrolla un movimiento llamado Barroco, caracterizado por la ruptura del ideal clásico de equilibrio y armonía, y la creación de un estilo  complejo, en el que los contrastes adquieren gran importancia.

Culteranismo VS Conceptismo

Culteranismo


El culteranismo, un término que se acuñó a principios del siglo XVII, define un estilo de extrema artificiosidad que, en la práctica, equivale a:

  • Prevalencia de la forma sobre el contenido; lo importante no está en lo que se dice, sino en cómo se expresa; el tema es mínimo, lo que cuenta es la belleza formal.
  • Latinización de la sintaxis y del vocabulario. 
  • Los autores se dirigen a los sentidos, se presta especial atención al color, a la luz, al sonido, al tacto…
  • Los recursos expresivos más habituales son: cultismos, hipérboles, hipérbatos, metáforas, perífrasis y encabalgamientos abruptos.
  • Alusiones clásicas y mitológicas.
  • Una dicción poética lo más alejada posible del lenguaje diario.
  • Su principal representante es Góngora.
  • Los poetas cultos o culteranos del siglo XVII escribieron en un estilo de dificultad deliberada con el fin de excluir a la generalidad de los lectores. Góngora se enorgullecía de resultar oscuro a los no iniciados, tal como escribía en una carta a un corresponsal desconocido, en respuesta a un ataque a sus Soledades:
  • “Demás que honra me ha causado hacerme escuro (*oscuro) a los ignorantes, que esa es la distinción de los hombres doctos (*cultos), hablar de manera que a ellos les parezca griego…”.
  • El estilo culterano desarrollado por Góngora llegó a ser una fuerza dominante en la poesía del período, y Góngora mismo se convirtió en objetivo principal de sus detractores. Lope de Vega atacó a Góngora y a sus imitadores (y Góngora, a su vez, critica mordazmente su llaneza), pero, como otros, Lope sucumbió también a la irresistible moda culterana. Incluso Quevedo, el más ofensivo acusador de Góngora, no pudo evitar la contaminación del estilo de su enemigo.


Conceptismo

La agudeza -el uso de los conceptos- fue conscientemente cultivada por la mayoría de los escritores del siglo XVI y XVII tanto en prosa como en verso.
Detrás de la agudeza había una cosmovisión según la cual, en la Europa medieval y del Renacimiento, el universo era un “sistema de signos”, una especie de libro en el que podía leerse la grandeza de Dios. 
Para aquellos que pensaban de este modo, un concepto podía dar expresión a través de sus analogías a las ocultas afinidades que se extienden por el universo.

En la práctica, equivale a:

  • Prevalecería el contenido sobre la forma; lo importante está en lo que se dice y en poder expresar muchas ideas con pocas palabras, asociando con ingenio distintos conceptos.
  • Utiliza las palabras justas y con sumo rigor, se preocupa por encontrar el término exacto y cargarlo de intención.
  • Los autores se dirigen a la inteligencia, se presta especial atención al sentido de los términos y a la combinación de sus significados.
  • Sus principales representantes son Quevedo y Gracián.


Luis de Góngora






Nació el 11 de julio de 1561 en Córdoba


Hijo de Francisco de Argote, licenciado en Salamanca, bibliófilo y humanista que cuidó de su preparación. Poseía una copiosa biblioteca calificada por el erudito Díaz de Ribas como la «gran librería», y de Leonor de Góngora, de noble familia. Influyó en su educación también su tío materno, Francisco de Góngora, racionero de la catedral de Córdoba, el cual cedió a su sobrino los beneficios eclesiásticos que tenía en diversas localidades, asegurándole así un modesto bienestar económico, y poder estudiar en la Universidad de Salamanca, donde se matriculó de Cánones desde el año 1576 hasta el curso 79-80.  Fue racionero de la Catedral de Córdoba en 1585. Parece ser que en su juventud conoció aventuras amorosas y aficiones como el juego, según por la amonestación que en 1588 recibe del Obispo. Le gustaban además a las corridas de toros (prohibidas a los clérigos). Regresó a Córdoba entre 1612 y 1614, escribe el Polifemo y las Soledades, sus obras más conocidas. A través del duque de Lerma, por entonces ministro del Rey, en 1617, se le designa capellán real de Felipe III, para lo cual tuvo que ordenarse sacerdote a la edad de cincuenta y cinco años.  La muerte de su protector y amigo, el duque de Lerma, al cual le dedica su Panegírico, y su conocida afición al juego llevaron a Góngora a una grave situación económica, por lo que tuvo que ganarse el favor del siempre omnipotente conde-duque de Olivares, ministro del Rey. Dos de sus grandes enemigos fueron Quevedo y Lope de Vega, aunque también tuvo grandes admiradores como el conde de Villamediana o los humanistas Pedro de Valencia y fray Hortensio de Paravicino. El motivo de la enemistad se radica en el carácter innovador de su poesía, cabeza del estilo literario conocido por culteranismo, busca la oscuridad a través de la acumulación de referencias mitológicas, metáforas, hipérboles, juegos de palabras, cultismos y todo tipo de recursos literarios en una lengua de sintaxis complicada, llena de hipérbatos y largas perífrasis.  Su obra cultista se inicia en 1610 con la Oda a la toma de Larache y continúa con la fábula de Polifemo y Galatea (1613), las Soledades (1613) y el Panegírico al duque de Lerma (1617). Su poesía fue revalorizada por la generación poética de 1927.  En 1627 volvió a Córdoba, aquejado de «arterioesclerosis prematura», enfermedad que llevaba padeciendo largo tiempo. Luis de Góngora murió el 23 de mayo de ese mismo año en su ciudad natal. No llegó a ver impresas más que algunas poesías menores en cancioneros.


Francisco de Quevedo





Nació Quevedo en Madrid el 14 de septiembre de 1580, hijo del secretario particular de la princesa María y más tarde secretario de la reina doña Ana, don Pedro Gómez de Quevedo. Se formó en el Colegio Imperial de los jesuitas y en la Universidad de Alcalá. Una estancia en Valladolid, mientras esta ciudad es sede de la corte, parece iniciar la interminable enemistad con Góngora, probablemente atizada por celos profesionales entre dos de las mentes más agudas de la época. En sus años de estudios mantiene correspondencia con el famoso humanista belga Justo Lipsio, y desarrolla su interés por las cuestiones filológicas y filosóficas, y su afición a Séneca y los estoicos. En diversos testimonios del tiempo se hallan referencias a su ingenio, a su defecto visual y a su cojera. Poco hay, en cambio, sobre su vida amorosa y más detalles de sus actividades al servicio del Duque de Osuna, que empiezan en 1613, y que le llevarán a desempeñar delicadas misiones diplomáticas, a menudo en la Corte española.
Estas actividades numerosas y agitadas terminan bruscamente con la caída de Osuna, conseguida por sus enemigos de la Corte: Quevedo fue desterrado a la Torre de Juan Abad, y luego encarcelado en Uclés, para ser reintegrado a la Torre, en donde hacía tiempo que mantenía un pleito por sus derechos de señorío sobre la misma. Regresa después a la Corte y se relaciona con los nuevos favoritos, especialmente con Olivares, con quien establece complejas ligaduras. Durante todos estos movimientos nunca deja de amistarse o reñir con variados personajes del momento: amistades con Carrillo y Sotomayor y Lope, enemistades con Góngora, Pacheco de Narváez, Morovelli de la Puebla...; ni de escribir asiduamente en los múltiples territorios literarios en que se mueve: festivos, morales, políticos. Un matrimonio poco exitoso en 1634, probablemente debido a la presión de la Duquesa de Medinaceli, nuevos pleitos, nuevos escritos... Y la prisión en 1639, por razones todavía no aclaradas del todo, que le mantendrá en San Marcos de León hasta poco antes de su muerte. Puesto en libertad en 1643 muere el 8 de septiembre de 1645 en Villanueva de los Infantes.


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